La leyenda de la Papisa Juana: la primera mujer que disfrazada de hombre logra convertirse en monarca absoluta
Hasta el día de hoy, para algunos se trata de un mito creíble. Qué hay de cierto en este relato que despierta fascinación y tiene como protagonista a una mujer de la primera Edad Media que consigue ser elegida como autoridad máxima de la Iglesia Católica y da a luz un niño
Al igual que la historia del rey Arturo, la de la “Papisa Juana” es un intrigante “cuasi legendario enigma de la historia” que se ha convertido en leyenda a lo largo de los años. ¿Había realmente una mujer sentada en la silla de san Pedro en el siglo IX?
El asunto con las mujeres es bastante complicado en la Iglesia Católica de rito romano: a los sacerdotes no se les permite casarse, ni a los casados ser ordenados sacerdotes como en los demás ritos de la Iglesia Católica, y a las mujeres se les niega el camino al sacerdocio ministerial. La historia de la alta Edad Media, según la cual una joven disfrazada de hombre logró ser elegida Papa, suena aún más increíble. De esto surge la leyenda que para volver a evitar tal vergüenza en el futuro, un Papa recién elegido tiene que sentarse en una silla con agujeros para que se pueda ver si en realidad es un hombre mirando debajo. En verdad esa silla existe, pero con su nombre en latín ya podemos descifrar para que servía: “Sedia Stercoraria”. Un inodoro portátil.
Muchas recordarán que hace unos años, Bárbara Streisand filmó una película llamada Yentl basada en la obra teatral homónima de Leah Napolin e Isaac Bashevis Singer, que a su vez se basa en el cuento de Singer Yentl the yeshiva boy en el cual relata como una mujer, se disfraza de hombre para poder estudiar la Torá en una yeshiva. Una Yeshiva es un centro de estudios de la Torá y del Talmud generalmente dirigida a varones en el judaísmo ortodoxo. También se las suele conocer como: “escuelas talmúdicas”. Podríamos decir que la historia de la Papisa Juana es al catolicismo, lo que Yentl es al judaísmo ortodoxo.
Volviendo a nuestra “papisa”, los romanos hasta construyeron una edícola (pequeña capilla) en el lugar donde, cuenta la leyenda, dio a luz en la esquina de vía de SS. Quatro y vía dei Querceti en Roma que hoy aún se puede visitar y es un punto de relato para los turistas.
La leyenda también se podría justificar con que la Iglesia es “madre y maestra” (mater et magistra) y por tanto da a luz a los fieles por medio de las aguas del bautismo, para que nazcan a la fe de Cristo. Siguiendo esta ponencia en la basílica de santa Práxedes, en la capilla de san Zenón existe un mosaico del S. IX que se puede leer: “Teodora Episcopa” y representa el rostro de una mujer con una aureola cuadra. Era la madre del obispo; y la aureola cuadra significa que estaba viva en el momento que se realizó el mosaico. Por tanto muchos también se asombran al ver este mosaico y podrían llegar a pensar que hubo mujeres obispos, pero no.
También podría ser simplemente una caricatura del históricamente documentado Papa Juan VIII, quien estuvo en el cargo de 872 a 882 y a quien algunos acusaron de ser demasiado blando, es decir, de feminidad, en las negociaciones con el patriarca bizantino. Otra forma de disipar el mito de la papa Juana es equiparar a Juana con Marozia, una confiada mujer romana del siglo X que se dice que fue la amante de un Papa y luego ayudó a su hijo a convertirse en Sumo Pontífice. Desde el 912 fue considerada la gobernante secreta de los Estados Pontificios, los respectivos papas fueron solo sus marionetas. Es muy posible que la abundancia de poder de Marozia sea la plantilla de la leyenda sobre el Papa Juana. Más acá en el tiempo, también hubo una supuesta “papisa” que gobernaba en el Vaticano en el período de Pio XII: la hermana Pascalina Lehnert, la cual acompañó a Eugenio Pacelli desde que era nuncio en Alemania hasta su muerte. 41 años a su lado. Relatan que su poder era tan grande que la llamaban “la Papisa” hasta se realizó una película con su historia.
Aunque la mayoría de la gente nunca ha oído hablar de la Papisa Juana, y aquellos que conocen su historia consideran que su existencia es una leyenda, es interesante observar que este relato se menciona en más de 500 crónicas incluidas las de autores tan conocidos como Petrarca, Boccaccio y Platino, famoso cronista papal.
La historia de Juana se puede encontrar en la guía de viaje oficial de la iglesia “Mirabilia Urbis”, que ha sido leída por todos los peregrinos a Roma durante siglos. Muchos visitantes de Roma mencionan su estatua y se dice que estuvo junto a las imágenes de los otros papas en la Catedral de Siena y que en 1601 desapareció por orden del Papa Clemente VIII. Pero no hay nada que conste la veracidad de estas historias.
¿Quién era la supuesta papisa? Poco se sabe también. Según la leyenda Juana nació en el siglo IX, primera Edad Media en Maguncia es criada y entrenada científicamente por su padre. Pero sus ansias de saber son tales que se disfraza de joven para poder estudiar en Atenas. De allí viajó a Roma, donde brilló con agudeza intelectual y rápidamente hizo carrera como Iaonnes Anglicus en la Curia romana. Causó tal impresión que fue elegida cabeza de la Iglesia en el año 855 tras la muerte del Papa León IV. La chica sencilla de Maguncia es ahora Papa y se hace llamar Juan VIII. Sería la primera mujer travestida que llega a ser monarca absoluta.
Pasaron alrededor de dos años y medio, en los que Juana tuvo algunas aventuras amorosas con sirvientes. Algo que es obviamente imposible de creer, porque quien más, quien menos, hubiera comentado que tuvo relaciones con “un Papa que era en realidad una mujer”. A raíz de estos encuentros furtivos, quedó embarazada y dio a luz al niño en 858 en una procesión cerca de la Basílica de Letrán. Aquí las descripciones divergen: por un lado, se dice que la multitud enfurecida mató inmediatamente al Papa, que fue expuesto como mujer; por otro lado, se dice que Juana fue desterrada a un monasterio. ¿Y que fue del niño? Unos dicen que murió al nacer, otros que fue entregado a un monasterio, donde de grande se ordenó sacerdote y llegó a ser obispo de Ostia.
Los hechos históricos desmienten todo, dado que León IV murió en julio de 855; su sucesor Benedicto fue ordenado sacerdote el 29 de septiembre del mismo año. En lugar de los dos años y medio que se dice que reinó Juana, sólo hay un período de dos meses y medio entre la muerte del Papa anterior y la elección del nuevo. Las fechas son difíciles de cambiar: la fecha de la inauguración del pontificado de Benedicto está documentada por su nombramiento y elección y también por un manuscrito en el que confirmó los privilegios e indulgencias para un monasterio que se bendeciría el 7 de octubre y que el emperador Lothar, quien fue quien contribuyó para la construcción del mismo; murió el día de la inauguración. Pero cuando la noticia de esto finalmente llegó a Roma semanas después, ya se habían acuñado monedas con el nombre de Benedicto y Lothar. Historiadores protestantes, como Blondel (“Joanna Papissa”, 1657) y Leibniz (“Flores sparsae in tumulum papissae” in “Bibliotheca Historica”, Göttingen, 1758, 267 sq.) admitieron que la papisa jamás existió.
El muy famoso “Liber Pontificalis (”El Libro de los Papas”) es, en su mayor parte, muy impreciso en cuanto a la sucesión papal medieval y las fechas de muerte, y que muchas de las fechas citadas son completamente inventadas. La fecha de la muerte del Papa León IV es el 17 de julio, pero los registros más antiguos no mencionan un año. En una época anterior a que se pudieran imprimir libros y los escritos se raspaban del pergamino y se volvían a escribir, habría sido muy fácil cambiar el año de la muerte de León de 853 a 855 (se dice que Juana reinó de 853 a 855) para hacerlo parecería que el Papa León IV fuera el sucesor directo del Papa Benedicto III. Otro argumento en contra es que la historia de la Papisa solo encontró una argumentación significativa siglos después. El nombre “Ioannes Anglicus” fue mencionado por primera vez en 1265 por el monje dominico Martin von Troppau, quien también cambió el mandato de la Papa al siglo IX y la convirtió en la sucesora de León IV. Su “Chronicon pontificum et imperatorum” (“Crónica de los Papas y Emperadores”) se distribuyó en 500 manuscritos; una cantidad enorme para aquella época, que hizo de esta crónica la obra maestra, pero con innumerables errores.
Y es así como explicaciones erradas, escritos mal realizados, la imaginación de los habitantes de Roma, y muchas más implicación dieron con la creación de este mito, que para algunos, hasta el día de hoy, sigue siendo medianamente creíble, dado que aporta pingües beneficios a las arcas de algunos escritores o cineastas, al punto tal que se hicieron películas y se han escrito algunos libros. Vale la pena recordar que también se escriben libros y se hacen películas sobre mil relatos fantásticos, como por ejemplo “El Señor de los Anillos” novela de fantasía épica escrita por el filólogo y escritor británico J. R. R. Tolkien o “las crónicas de Narnia” una serie de libros juveniles escrita por el escritor y profesor anglo-irlandés C. S. Lewis entre 1950 y 1956 que nos divierten, nos hacen volar la imaginación; y nos sumergen en una mundo de fantasías increíbles. Pero nadie podrá decir que en tal o cual lugar está la “tierra media” o “Narnia”, lo mismo ocurre con nuestra “papisa”. Parafraseando a Calderón de la Barca: “…son solo sueños y los sueños, sueños son.”
Con respecto a la institución del Bulo del Papa y la famosa Sella Stercoraria, tenemos tres testimonios. Uno de Gontard (The Bad Popes, E. R. Chamberlain, 1969, p.91). Otro fue el inglés William Brewyn, que en 1470 compiló un fascinante libro guía de las iglesias en Roma. Cuando describe la capilla de San Salvador en la Basílica de San Juan Laterano, dice: «…en esta capilla existen dos o más sillas de mármol rojo, con aberturas en ellas, sobre las cuales según he escuchado, se prueba si el Papa es hombre
Cuentan quienes creen en esto, que cada vez que se elegía un papa, el pontífice recién electo debía sentarse en la silla, sin usar nada, pero lo que es nada, bajo su túnica papal. Entonces, venía un joven cardenal que miraba o palpaba los testículos del líder católico recién elegido. Cuando comprobaba la presencia de los genitales correspondientes, exclamaba “Duos habet et bene pendientes”, o sea: “¡Tiene dos, y cuelgan muy bien!”. O sencillamente: “habet!”, o sea… “¡Tiene!”.